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Reflexión de Jorge Chávez, Vivencias de familia en fin de año.

Reflexión de Jorge Chávez, Vivencias de familia en fin de año.




Es un dilema de conciencia asumir que la paternidad es una jerarquía vertical, dictada por expertos, apoyada por la autoridad de un grupo de elegidos, intencionalmente cerrada, permanente e intemporal. Luego entonces no es extraño que muchos lectores apasionados, en defensa de su libertad, sientan la sensación de creer justamente lo contrario.



Se llama naturaleza humana en la esencia de intentar ser buen padre, un juicio que nosotros mismos no podemos hacerlo público de nosotros mismos en caso de creer que lo somos, pues dicen que el halago en boca propia es vituperio.



Decir de nosotros mismos que somos buenos padres es escupir para arriba. Mi madre usaba de argumento decir que ella era excelente madre pues decía que solo le faltaba cortarse las venas por nosotros sus hijos ingratos, cuando lo éramos, que fueron muchas veces, así es la vida.



Usaba dicho razonamiento materno como urgente argumento para hacernos entender nuestra desconsideración en algún punto de nuestra relación con ella. El más cínico de sus hijos, o sea yo, le decía: Eso lo debo decir yo no tú. Inmediatamente después de mi irreverente afirmación, ella ejercía todo su poder y me hacía entender que la familia es la más amorosa de las dictaduras como una invitación inexorable a quedarme callado.



En la cena familiar de esta navidad que celebramos en la casa de mi hermano el mayor y su esposa, Ariel y Roció, yo inicialmente no quería asistir pues deseaba estar solamente con mis hijos, como divorciado que soy y que no vive con sus vástagos quería dedicarles todo el tiempo a ellos, Monserrat mi hija pensaba igual que yo, pero Isaac mi hijo deseaba convivir más con su prosapia, él tiene un amor muy especial por su tribu Chávez así que en familia decidimos secundar las intenciones de mi hijo y nos fuimos a festejar con su clan sanguíneo por la línea paterna.



Fuimos todos los hijos Chávez Mijares que quedamos con vida con sus respectivas familias. Ya estando ahí mi única hermana Adriana hizo uso de la palabra antes de la oración por los alimentos. Dentro de su breve discurso que aludía a la muy complicada unión familiar; después de fallecidos papá y mamá esto es un poquito dificultoso, dijo que “Agradecía la unidad a pesar de que somos una familia muy imperfecta”, mi sobrino Oscar la atajo en su perorata para hacer una puntual afirmación hiperbólica: “No tía, somos muy, muy, muy imperfectos”, todos secundamos este argumento con un risa de aceptación generalizada.



En lo personal admiro a las familias que se reúnen con toda su grey tantas veces en el año, a la nuestra solo le alcanza para una o dos veces en ese mismo periodo de tiempo, no es que nos odiemos, es precisamente para no llegar a odiarnos pues todos tenemos eso que se llama coloquialmente como “mendigo carácter” y así nos amamos y nos aceptamos.



Debo confesarte sesudo lector que esta navidad tuve una de las más gratas experiencias como padre. Tuve un diálogo puntual y extenso con mis dos hijos, juntos y por separado. Pienso que para entenderlos debo salir un poco de la trinchera de mi generación y aceptar que en la esencia constantemente cambiante de este mundo, mis hijos no están ajenos a dicho cambio.



Isaac con sus tatuajes y sus ideas modernas sigue siendo esencialmente noble, lo amo e intento guiarlo. Con Monserrat tuve una vivencia que disfruté. A sus diez y nueve años se presentó la experiencia de pedirle un permiso a papá de salir a una cita con un amigo. Dichos trámites familiares siempre se lo había pedido a su mamá, pues es con quien reside habitualmente.



Me agradó que más que avisarme me pidió permiso. Por la falta de práctica inmediatamente le dije que sí. Posteriormente me invadieron dudas e ideas a mi cabeza de padre. ¿Y quién es el joven? ¿A qué se dedica? Me acordé de la famosa melodía de José Luis Perales: ¿Y cómo es él? Esa pregunta que implica la búsqueda de certezas para poder tener la tranquilidad de que mi hija estaría bien.



La facilidad de la primera autorización se convirtió en una investigación exhaustiva para conocer la mayor cantidad de información del susodicho interesado en mi hija. ¿Cómo se llama? ¿Dónde vive? ¿Quiénes son sus padres? ¿Dónde estudia? Necesito tener una foto de él y cuando pase por ti yo te voy a entregar.



Solo en este último punto mi hija gestionó una negociación conmigo. Me pidió que no exagerara eso de entregarla cuando pasaran por ella y que por favor solo saliera a la puerta de la casa para que el susodicho me viera. Lo acepté y así lo hice pensando para mis adentros que debía mandar una señal que Monserrat tiene familia y sustento detrás de ella.



Entra la labor de investigación y la confianza a mi hija procuré encontrar el punto medio para no ofenderla con algo parecido a la desconfianza paterna, simplemente pensaba en ella como la niña que fue y hoy en su flamante juventud, con su esencia de mujer, sus temores repentinos, sus caprichos irracionales, sus turbaciones instintivas, sus audacias, sus bravatas y su deliciosa delicadeza de sentimiento, todo eso estaba por dejarlo ir con un cuasi desconocido para mí.



Llegó la hora indicada, Salí con ella y vi con resignación amorosa como mi hija se iba a su cita, fueron dos horas en que muchas cosas, quizá un poco absurdas pero naturales en el infinito amor de padre pasaban por mi cabeza. Yo con un caudal desconocido de sentimientos encontrados, reconozco que pensaba en mi hija con emociones que me parecía tenían un toque de drama, pues en ese momento su vida entera no me parecía bastante larga para agotar la fuente de dicha que encontraba en el fondo de su alma. Yo serio, risueño y pensativo anhelaba más que nunca su regreso.



Tan absorbido me encontraba de extrañar a mi hija en ese breve momento de su ausencia que me urgía rozarle la mano y servirla. Estuve dos horas preso de una sorda preocupación que me oprimía el corazón que tuve que enviarle un mensaje de WhatsApp con uno que me pareció ridículo: ¿Todo bien? Si papá está todo bien. ¿A qué horas vendrás? Eran las 7:00 PM y me preguntó, ¿Puedo a las 7:30? Yo con una falsa tranquilidad le respondí: Claro.



Finalmente, justo a las 7:30 PM recibí un mensaje: Ya estoy aquí afuera. Yo al leerlo nadaba en una alegría secreta. Abracé a mi hija como si fuera un soldado que recién llegaba de la guerra. Ella estaba feliz porque, según me dijo, había sido una cita estupenda. Yo me quede con las lecciones de vida que un “simple permiso” a una hija amada tiene un padre.



El tiempo hablará

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