Martín Sifuentes. Historias de Tamaulipas. Primera parte.
- locurascuerdas1
- 14 mar
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Martín Sifuentes. Historias de Tamaulipas. Primera parte.

Martín Leonardo Sifuentes Martínez nació en el hospital general “Dr. Carlos Canseco” entre el manglar y el oleaje de Tampico, el viernes 30 de agosto de 1963. Fue el menor de cinco hijos de la familia formada por Don Leonardo Sifuentes y Doña Ana María Martínez: Alfredo (finado), Rosa, Maricela, Héctor y Martín.
A los seis años ingresó a la primaria Mariano Escobedo, en la colonia Tamaulipas, en 1969, en la ciudad jaiba. Desde esta muy tierna edad, ya tenía en ciernes la vocación de periodista. Sentía el celo natural del hijo menor al ver que sus hermanos leían, y fue así como surgió, por imitación, el anhelo de aprender a entender las letras en todas sus versiones. De tal manera que, cuando cumplió su objetivo, en la mente de este niño precoz fue algo extraordinario.
Con nostalgia, recuerda los periódicos y publicaciones que llegaban a su casa a principios de los setenta, los cuales devoraba con avidez infantil y desbordante curiosidad. En el periódico El Sol de Tampico, comenzó disfrutando las tiras cómicas, pero a medida que su gusto por la lectura crecía, su interés se expandió a otras secciones, como la de deportes, hasta que llegó un momento en que leía el periódico de principio a fin.
Fue así como siguió todo el proceso del golpe de Estado en Chile, encabezado por Augusto Pinochet, en 1973. También se enteró de la gestión de la primera ministra de Israel, Golda Meir, en 1974, y del fin del papado de Pablo VI (Giovanni Battista Montini) el 6 de agosto de 1978, junto con muchos otros acontecimientos que marcaron la época. Visto en retrospectiva, se puede afirmar que su curiosidad por los sucesos internacionales no era solo la de un lector común, sino la de alguien que buscaba entender los hechos en su complejidad, conectar eventos y anticipar sus consecuencias, una inquietud propia de quien, sin saberlo aún, estaba dando sus primeros pasos en el camino del periodismo.
Los recuerdos van y vienen, y entre ellos surge la imagen del aparato de radio que siempre estuvo presente en su hogar. Se dejaba atrapar por la magia de los locutores, fascinándose con la manera en que presentaban a los cantantes. Inspirado por ellos, jugaba a ser presentador, imitando sus frases con entusiasmo: “Ahora con ustedes, Leo Dan con la melodía ‘Mary es mi amor’”. Así, repetía el ritual con cada artista que venía a su mente, sin saber que, en esos juegos, ya asomaban las cualidades que aún estaban por desarrollarse.
En la mente de Martín Sifuentes aún permanecen los docentes que dejaron una huella imborrable en su vida. Con nostalgia, recuerda cómo, en quinto año de primaria, la maestra María Enriqueta Deutsch Balleza seleccionó a un grupo de niños, entre ellos él, para bailar “La Culebra” en el evento del 10 de mayo. Aquello fue para él una auténtica pesadilla, pues el baile no era lo suyo. Durante los ensayos en el patio, por más esfuerzo que ponía, la vergüenza lo dominaba, sintiendo que ese, definitivamente, no era su destino.
Un buen día, Sifuentes se armó de pueril valor y le dijo a la maestra:
—Me gustaría que mejor me diera la oportunidad de ser el conductor del programa.
La maestra le respondió con la autoridad firme y tradicional del magisterio de antaño:
—¿Cómo crees? Nunca lo ha hecho un niño.
En forma pertinaz, como movido por una vocación que se movía en su interior y que desde entonces buscaba marcar su destino, Martín insistió:
—A mí me gustaría hacerlo porque tendría más valor si lo hace un niño, que si lo hace una maestra.
Finalmente, la maestra, gratamente convencida por su pequeño alumno, le respondió:
—No es mala idea, pero dime, ¿cómo lo harías?
A sus diez años, Martín dio una muestra precoz de su talento frente al micrófono en el casting improvisado que la maestra Deutsch le solicitó. Ella quedó gratamente impresionada y le dijo:
—¡Tú vas a ser el maestro de ceremonias!
Fue así como, en mayo de 1973, por primera vez, en quinto de primaria, Martín Sifuentes tomó el micrófono frente al público con un prodigio de agilidad y cariño; la sintonía que había elegido le dio alas para, sin saberlo, demostrarle a la vida y a él mismo cuánta radio llevaba dentro de sí.
Pero también, desde niño, jugaba con sus más de cincuenta monitos de lucha libre y hacía sus torneos en los rings de juguete junto con sus amigos y, a veces, solo. Le gustaba el fútbol, y cabe decir que, desde pequeño, el equipo de sus amores ha sido el América. Nadie es perfecto.
En primero de secundaria, la maestra de español, Pilar Torres Zárate, pidió a los alumnos que pasaran al frente para presentarse. Fue entonces cuando Sifuentes descubrió su facilidad para hablar en público, al notar cómo sus compañeros luchaban por hacerlo. Durante esta etapa de su vida académica, inició un pequeño periódico en el que redactaba crónicas sobre las actividades escolares y las pegaba en un mural. Desde entonces, fue bautizado con el mote de “Martín el periodista”.
Como parte de su admiración por la radio, se avocó a hacer una lista de las estaciones que había en la zona metropolitana del sur tamaulipeco y anotaba sus siglas con el nombre comercial y número de frecuencia. Fue así como anotó, entre muchas otras, a “XELE, Radio Trece, frecuencia 1310 de AM”. Igualmente, acostumbraba, en los juegos de fútbol, a bajarle el volumen a la televisión para ser él quien narrara el enfrentamiento de los equipos y, con una mini grabadora, se grababa para después escucharse y mejorar el estilo.
En la preparatoria Madero, fue descubierto como buen redactor por el maestro de Literatura y Redacción, Porfirio Muñoz. En la vocación innata que Martín tenía como escritor, el catedrático veía que se expresaba con facilidad y le encargaba ensayos. Fue entonces que Sifuentes, por ser observador, característica propia del autodidacta, pulió su estilo y encontró que había una técnica para escribir.
Querido y dilecto lector, Martín Sifuentes tuvo que mejorar su ortografía, y lo logró no tanto por el conocimiento de las reglas lingüísticas, sino por el poder de la observación, acompañado de su hábito de lectura. Fue entonces que aprendió sobre la marcha, viendo los párrafos y las letras en los libros. Así entendió que había palabras agudas, graves y esdrújulas, con todo lo que ello implica.
Esta historia continuará.
El tiempo hablará.
Jorge Chávez Mijares.Martín Sifuentes. Historias de Tamaulipas. Primera parte.
Martín Leonardo Sifuentes Martínez nació en el hospital general “Dr. Carlos Canseco” entre el manglar y el oleaje de Tampico, el viernes 30 de agosto de 1963. Fue el menor de cinco hijos de la familia formada por Don Leonardo Sifuentes y Doña Ana María Martínez: Alfredo (finado), Rosa, Maricela, Héctor y Martín.
A los seis años ingresó a la primaria Mariano Escobedo, en la colonia Tamaulipas, en 1969, en la ciudad jaiba. Desde esta muy tierna edad, ya tenía en ciernes la vocación de periodista. Sentía el celo natural del hijo menor al ver que sus hermanos leían, y fue así como surgió, por imitación, el anhelo de aprender a entender las letras en todas sus versiones. De tal manera que, cuando cumplió su objetivo, en la mente de este niño precoz fue algo extraordinario.
Con nostalgia, recuerda los periódicos y publicaciones que llegaban a su casa a principios de los setenta, los cuales devoraba con avidez infantil y desbordante curiosidad. En el periódico El Sol de Tampico, comenzó disfrutando las tiras cómicas, pero a medida que su gusto por la lectura crecía, su interés se expandió a otras secciones, como la de deportes, hasta que llegó un momento en que leía el periódico de principio a fin.
Fue así como siguió todo el proceso del golpe de Estado en Chile, encabezado por Augusto Pinochet, en 1973. También se enteró de la gestión de la primera ministra de Israel, Golda Meir, en 1974, y del fin del papado de Pablo VI (Giovanni Battista Montini) el 6 de agosto de 1978, junto con muchos otros acontecimientos que marcaron la época. Visto en retrospectiva, se puede afirmar que su curiosidad por los sucesos internacionales no era solo la de un lector común, sino la de alguien que buscaba entender los hechos en su complejidad, conectar eventos y anticipar sus consecuencias, una inquietud propia de quien, sin saberlo aún, estaba dando sus primeros pasos en el camino del periodismo.
Los recuerdos van y vienen, y entre ellos surge la imagen del aparato de radio que siempre estuvo presente en su hogar. Se dejaba atrapar por la magia de los locutores, fascinándose con la manera en que presentaban a los cantantes. Inspirado por ellos, jugaba a ser presentador, imitando sus frases con entusiasmo: “Ahora con ustedes, Leo Dan con la melodía ‘Mary es mi amor’”. Así, repetía el ritual con cada artista que venía a su mente, sin saber que, en esos juegos, ya asomaban las cualidades que aún estaban por desarrollarse.
En la mente de Martín Sifuentes aún permanecen los docentes que dejaron una huella imborrable en su vida. Con nostalgia, recuerda cómo, en quinto año de primaria, la maestra María Enriqueta Deutsch Balleza seleccionó a un grupo de niños, entre ellos él, para bailar “La Culebra” en el evento del 10 de mayo. Aquello fue para él una auténtica pesadilla, pues el baile no era lo suyo. Durante los ensayos en el patio, por más esfuerzo que ponía, la vergüenza lo dominaba, sintiendo que ese, definitivamente, no era su destino.
Un buen día, Sifuentes se armó de pueril valor y le dijo a la maestra:
—Me gustaría que mejor me diera la oportunidad de ser el conductor del programa.
La maestra le respondió con la autoridad firme y tradicional del magisterio de antaño:
—¿Cómo crees? Nunca lo ha hecho un niño.
En forma pertinaz, como movido por una vocación que se movía en su interior y que desde entonces buscaba marcar su destino, Martín insistió:
—A mí me gustaría hacerlo porque tendría más valor si lo hace un niño, que si lo hace una maestra.
Finalmente, la maestra, gratamente convencida por su pequeño alumno, le respondió:
—No es mala idea, pero dime, ¿cómo lo harías?
A sus diez años, Martín dio una muestra precoz de su talento frente al micrófono en el casting improvisado que la maestra Deutsch le solicitó. Ella quedó gratamente impresionada y le dijo:
—¡Tú vas a ser el maestro de ceremonias!
Fue así como, en mayo de 1973, por primera vez, en quinto de primaria, Martín Sifuentes tomó el micrófono frente al público con un prodigio de agilidad y cariño; la sintonía que había elegido le dio alas para, sin saberlo, demostrarle a la vida y a él mismo cuánta radio llevaba dentro de sí.
Pero también, desde niño, jugaba con sus más de cincuenta monitos de lucha libre y hacía sus torneos en los rings de juguete junto con sus amigos y, a veces, solo. Le gustaba el fútbol, y cabe decir que, desde pequeño, el equipo de sus amores ha sido el América. Nadie es perfecto.
En primero de secundaria, la maestra de español, Pilar Torres Zárate, pidió a los alumnos que pasaran al frente para presentarse. Fue entonces cuando Sifuentes descubrió su facilidad para hablar en público, al notar cómo sus compañeros luchaban por hacerlo. Durante esta etapa de su vida académica, inició un pequeño periódico en el que redactaba crónicas sobre las actividades escolares y las pegaba en un mural. Desde entonces, fue bautizado con el mote de “Martín el periodista”.
Como parte de su admiración por la radio, se avocó a hacer una lista de las estaciones que había en la zona metropolitana del sur tamaulipeco y anotaba sus siglas con el nombre comercial y número de frecuencia. Fue así como anotó, entre muchas otras, a “XELE, Radio Trece, frecuencia 1310 de AM”. Igualmente, acostumbraba, en los juegos de fútbol, a bajarle el volumen a la televisión para ser él quien narrara el enfrentamiento de los equipos y, con una mini grabadora, se grababa para después escucharse y mejorar el estilo.
En la preparatoria Madero, fue descubierto como buen redactor por el maestro de Literatura y Redacción, Porfirio Muñoz. En la vocación innata que Martín tenía como escritor, el catedrático veía que se expresaba con facilidad y le encargaba ensayos. Fue entonces que Sifuentes, por ser observador, característica propia del autodidacta, pulió su estilo y encontró que había una técnica para escribir.
Querido y dilecto lector, Martín Sifuentes tuvo que mejorar su ortografía, y lo logró no tanto por el conocimiento de las reglas lingüísticas, sino por el poder de la observación, acompañado de su hábito de lectura. Fue entonces que aprendió sobre la marcha, viendo los párrafos y las letras en los libros. Así entendió que había palabras agudas, graves y esdrújulas, con todo lo que ello implica.
Esta historia continuará.
El tiempo hablará.
Jorge Chávez Mijares.
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