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Crónica desde Reynosa, al borde del norte..Opinión de Jorge Chávez

  • locurascuerdas1
  • hace 21 horas
  • 3 Min. de lectura

Crónica desde Reynosa, al borde del norte. Opinión de Jorge Chávez

abril 18, 2025.



El pasado martes 15 de abril a la cuatro de la tarde Reynosa no fue frontera, sino epicentro. Tuve la fortuna de acompañar a mi amigo el periodista Jorge Pérez.

En esta ocasión este punto fronterizo no fue ciudad herida ni aduana de pasajes clandestinos, sino escenario —casi altar— de una memoria colectiva que se alzó en carne, canto y fuego escénico. Vi con mis propios ojos cómo las paredes del Teatro Principal del Parque Cultural se diluían, y en su lugar emergía, desde lo más hondo del polvo histórico, un pueblo entero narrándose a sí mismo.



La puesta en escena “Reynosa, la grandeza de un pueblo… al borde del norte”, escrita y dirigida con maestría por el dramaturgo Medardo Treviño, nacido en Río Bravo, no fue solo una obra de teatro. Fue una invocación. Más de mil artistas —sí, mil, como si el alma de la ciudad se hubiese multiplicado en cuerpos— tomaron el escenario para contarnos, con voz antigua y fuerza joven, el relato de una Reynosa que no se rinde ni se olvida, que ha sabido resistir, fundar, bailar y amar, incluso cuando todo parecía en ruinas.

Sesudo lector, la obra —de aliento épico— nos llevó de la mano a través del tiempo, desde la fundación de Reynosa en aquel 14 de marzo de 1749, cuando el río aún era promesa, hasta nuestros días, con una narrativa escénica que entretejió batallas, migraciones, sueños, tambores, pérdidas y resurrecciones. Todo estaba ahí, condensado en un espectáculo que no escatimó emoción ni memoria.



El público lo supo. Lo sintió. Y lo aplaudió conmovido. Las butacas se volvieron corazones latiendo al unísono, y hubo lágrimas que no fueron de nostalgia, sino de reencuentro.

Hay que decirlo con todas sus letras: esta obra es un acto de justicia poética. Una corrección histórica desde la belleza, una reconfiguración emocional de nuestra identidad. Fue como si los personajes, vestidos de siglos y de viento, vinieran a recordarnos que Reynosa no es sólo una geografía al borde de algo, sino una voluntad imparable, un susurro convertido en rugido.

Y en esa tarea de traer de vuelta la dignidad cultural, no se puede pasar por alto el compromiso del alcalde Carlos Peña Ortiz, quien lejos de concebir la cultura como ornamento, la ha asumido como sustancia, cosas que muy pocos hacen en Tamaulipas. Cabe resaltar que su respaldo no es sólo presupuestal: es emocional, es estratégico, es político en el mejor sentido. En tiempos donde gobernar suele ser sinónimo de administrar miserias, Peña apuesta por sembrar belleza. Eso, créanme, ya es revolucionario.

Asimismo, debo mencionar y lo hago con gusto, el impecable trabajo de María Esther Camargo Félix, al frente del Instituto Reynosense para la Cultura y las Artes (IRCA), fue evidente hasta en el silencio que acompañaba cada escena. Solo alguien con visión y sensibilidad puede orquestar un aparato cultural capaz de convocar a la ciudad entera a reconocerse en su reflejo. A ella, y a todo su equipo, mi más profundo reconocimiento como parte de una audiencia atrapada.

Al finalizar la obra saludamos —como si estuviéramos en otra época, en otro salón— al exalcalde Óscar Luebbert, elegante y sereno, y a la senadora Maki Ortiz, siempre cordial. Me dio gusto cuando las luces bajaron y lo social se hizo simbólico: todo quedó en pausa para que la historia, la de Reynosa, hablara por fin con voz de escena.

Querido y dilecto lector, esa tarde Reynosa no fue frontera: fue mito. Y Medardo Treviño, su humilde cronista.

El tiempo hablará.

Jorge Chávez Mijares.

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